Pablo de Tarso, ¿Responsable del Gran Incendio de Roma?

De seguro usted amigo Cristiano lector ya estará pensando: ¡Ya este loco Ateo no sabe que cosas inventar en contra de Pablo!… ¿El incendio de Roma…?

Imagino que usted piensa esto, ya que asumo que cree erróneamente que el responsable del colosal incendio que arrasó a Roma fue el emperador Nerón.

Ya es clásica la imagen de un inspirado Nerón tocando la lira en el balcón de su residencia mientras observa un aterrador primer plano de Roma quemándose bajo sus nefastos deseos.

Lamentablemente amigo lector, esta escena solo es cultura popular y la realidad puede que involucre a su bien amado Apóstol.

En realidad Nerón se encontraba en Antium, su ciudad natal, cuando se produjo el incendio, y la noticia no le llegó hasta el cuarto día; entonces cubrió en pocas horas los 50 Km que separan esa ciudad de Roma, quemando etapas. Inmediatamente adoptó todas las medidas para ayudar a los siniestrados, haciendo distribuir víveres y abriéndoles las puertas de todas sus mansiones y jardines

Para comenzar recordemos que Pablo tuvo muchos amigos (Perdón, iba a decir cómplices) en el palacio de Nerón César, citaremos simplemente la Epístola a los Filipenses, redactada en el año 63, el que precedió al incendio de Roma:

Filipenses 4, 22

4:22 Todos los santos os saludan, y especialmente los de la casa de César.

Pero no se piense que nuestro Apóstol sólo tenía contactos con esclavos o libertos de rango inferior. Ya hemos visto que en Corinto se había beneficiado instantáneamente, sin haber abierto la boca siquiera, de la protección de los pretorianos del gobernador de la Acaya, Galión. O en Chipre; o inclusive en la misma isla de Malta luego del naufragio. Los “amigos” de influencia y poder nunca escasearon en la vida de Pablo.

Pero quizá la amistad más prominente, cercana e importante de Pablo en Roma era nada más ni nada menos que el consejero personal del emperador: Séneca.

Es una prueba bastante válida de esta relación la correspondencia apócrifa que se les atribuye. Se conservan catorce cartas, ocho de ellas de Séneca a Pablo, y seis de Pablo a Séneca. Son apócrifas, lo cual se constata por su composición, su trivialidad, y también por el hecho de que el falsificador imaginó que las cartas de los dos corresponsales se hallaban milagrosamente, reunidas. Pues bien, en la realidad cotidiana las dos partes de una correspondencia, envíos y respuestas, están siempre separadas, o in­cluso dispersas, a causa del propio alejamiento de sus recíprocos des­tinatarios.

De todos modos, la existencia de una correspondencia apócrifa da por sentado que existía una correspondencia auténtica. Que esta úl­tima se perdiera o fuera destruida, que las cartas de Pablo a Séneca fueran confiscadas durante el proceso de este último, involucrado en la conspiración de Pisón en el año 66 (Cayo Calpurnio Pisón, quien cons­piró contra Nerón y murió en el año 65), es un hecho bastante posible, o incluso probable. Asimismo, que las de Séneca a Pablo fueron confis­cadas cuando éste fue detenido en Troas, a la entrada de los Dardanelos, en el año 66, o que resultaran destruidas durante el incendio de Roma, en el 64, es también otro hecho plausible.

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De cualquier manera, no puede olvidarse que san Jerónimo hace alusión a una correspondencia entre esos dos hombres, y que la consi­dera auténtica. Si se trataba o no del mismo lote de cartas es un misterio que es imposible aclarar.

Veamos lo que dice san Jerónimo en el año 362:

“Lucius Annaeus Séneca […] Yo no lo situaría en la lista de los autores cristianos si no me incitaran a ello esas cartas, leídas por tan gran número de gente, de Pablo a Séneca, y recíprocamente. En esas cartas, dicho maestro de Nerón, el hombre más poderoso de su tiempo, declara que desearía ocupar entre los suyos el rango que ocupa Pablo entre los cristianos. Fue condenado a muerte por Nerón dos años antes de que Pedro y Pablo recibieran la corona del martirio”

(Cf. Jerónimo, De viris illustribus XII…)

Lo mismo tenemos en san Agustín. En una carta escrita en el año 414, es decir veinte años después de san Jerónimo, a Macedonius, declara:

“Con razón Séneca, que vivió en tiempos de los apóstoles, y de quien incluso se leen las cartas que dirigió a san Pablo, exclama: Ese, que odia a todo el mundo, que odia a los malvados…”

Lipsius, cuando cita al pseudo-Linus, confirma a su vez la existen­cia de una correspondencia entre Pablo y Séneca:

“El propio preceptor del emperador, al ver en Pablo una ciencia divina, trabo con él una amistad tan fuerte que apenas podía pasar sin su conversación. De manera que, cuando no tenía la posibilidad de conversar con él cara a cara, le enviaba y recibía frecuentes cartas”

(Cf. Lipsius, Acta apostolorum apocrypha, tomo I.)

Concluimos, que existió una correspondencia entre Pablo y Séneca, pero que no ha llegado hasta nosotros. Y si Pablo contaba con afiliados dentro de la “casa del César”, debió de ir allí con frecuencia, a fin de conversar con ellos, y la protección de Galión, así como la de Afranio Burro, implican la de Séneca, es evidente.

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En el libro XV, capítulo XXXVIII, de los Anales de Tácito se describen en forma muy detallada los acontecimientos ocurridos en Roma durante el incendio del año 64. Colocar aquí toda la descripción sería muy extenso y quizá aburrido para algunos lectores.

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Veamos algunos fragmentos importantes:

“A continuación sobrevino un desastre (no se sabe si debido al azar o a la malignidad del príncipe, ya que las dos versiones tienen sus partidarios). Pero fue el más grave y el más espantoso de todos los que la violencia de un incendio hizo experimentar a Roma.”

“E1 fuego prendió primero en la parte del Circo contigua a los montes Palatino y Celio. Allí, a causa de las tiendas repletas de mercancías donde se alimenta la llama, el incendio, ya violento desde su nacimiento y activado por el viento, se propagó a todo lo largo del Circo. Porque no había ni casas protegidas por fuertes cercados, ni templos rodeados de muros, ni nada que pudiera oponerse al progreso de las llamas.

De modo que se extendió impetuosamente, primero sobre las partes llanas, luego se abalanzó hacia las alturas, y descendía de nuevo para asolar las partes bajas, con la misma rapidez con que la enfermedad adelanta a todos los medicamentos, pues la ciudad le ofrecía una presa fácil, con sus callejas estrechas y tortuosas, su calles trazadas sin orden, como la Roma de antaño. Además, las lamentaciones de las mujeres aterrorizadas, la debilidad de la edad o la inexperiencia de la infancia, aquellos que pensaban en su propia seguridad o en la de otros, los que arrastraban o esperaban a los más débiles, unos demorándose y otros precipitándose, obstaculizaban todos los socorros”

Como podemos notar en palabras de Tácito, el incendio era de proporciones apocalípticas.

“Y nadie se atrevía a combatir el incendio ante las amenazas repetidas de aquellos que, en gran número, impedían apagarlo. Otros lanzaban abiertamente hachones, y gritaban que estaban autorizados a hacerlo, bien porque querían ejercer sus rapiñas con más facilidad, o bien porque efectivamente habían recibido órdenes.”

Efectivamente, al parecer no fue un “accidente”, sino algo premeditado y con intenciones muy concretas.

Durante ese tiempo Nerón estaba en Antium, y no llegó a Roma sino en el momento en que el fuego se aproximaba a la casa que él había construido para unir el Palatium con los jardines de Mecenas. Pero no se pudo detener el incendio antes de que hubiera devorado el Palatium, sus habitaciones y todo el entorno.

Para aliviar al pueblo errante y sin asilo. Nerón les abrió las puertas del campo de Marte, los monumentos de Agripa e incluso sus propios jardines. Mandó construir a toda prisa barracas para acoger a las multitudes de indigentes. Se hicieron llegar víveres de Ostia y de los principales municipios, y se redujo el precio del trigo hasta tres sestercios”

Queda desechado Nerón como el autor intelectual del siniestro.

“Pero todas esas medidas no hacían blanco en su meta: la popula­ridad; porque se había extendido el rumor de que en el mismo mo­mento en que la ciudad había prendido en llamas, el príncipe había subido a su teatro doméstico y había cantado las ruinas de Troya, buscando en el pasado comparaciones con el desastre presente”

¿Por qué Troya?

Cuando uno recuerda que Pablo fue detenido (después de su huida de Roma, durante el incendio de ésta), en Troas, capital de la antigua Tróade uno puede preguntarse si no fueron los cristianos los que, inconscientemente, imaginaron, por simple asociación de ideas, ese pseudo-poema sobre las ruinas de Troya, relacionadas con el incendio de Roma. Y esos cristianos que lanzan semejante acusación, ¿no son acaso los de “la casa del César” de los que habla Pablo en su Epístola a los Filipenses (4,22)? ¡Una vez más, Nerón, en su debilidad, al tolerar a mesianistas entre sus servidores, había alimentado en su seno a víboras!

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“Pero ningún medio humano, ni larguezas principescas ni ceremonias expiatorias hicieron callar el infamante rumor según el cual el incen­dio había sido ordenado por Nerón.

De manera que, para acallarlo, buscó a unos supuestos culpa­bles, e infligió refinados tormentos a aquellos cuyas abominaciones hacían detestables y a los que la gente llamaba cristianos. Ese nombre les viene del Cristo, que, bajo el principado de Tiberio, había sido entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato. Esta detestable superstición, aunque había sido reprimida por el momento, resurgía de nuevo, y no sólo en Judea, donde había nacido este mal, sino incluso en Roma, donde confluye y halla numerosa clientela todo cuanto de horroroso y vergonzoso hay en el mundo.

Se empezó, pues, por apresar a aquellos que eran abiertamente partidarios, y luego, según sus indicaciones, a otros muchos, que, si no eran culpables del crimen del incendio, sí lo eran de odio hacia el género humano.

No se contentaron con hacerlos perecer; convirtieron en un juego revestirlos con pieles de animales para que fueran desgarrados por los dientes de los perros; o bien los ataban a cruces embadurna­dos con materias inflamables, y cuando había expirado el día, alum­braban las tinieblas como antorchas. Nerón había ofrecido sus jardi­nes para este espectáculo, y proporcionaba juegos al Circo, donde a veces participaba en la carrera de pie sobre su carro, o a veces, disfrazado de cochero, se mezclaba entre el populacho.

Pero aunque estas gentes fueran culpables y dignas de los últimos rigores,uno se apiadaba de ellas, puesto que la gente se decía que no era sólo convistas al interés público, sino por la crueldad de uno solo, por lo que se lashacía desaparecer

Y aquí, puntualicemos.

No deja de ser curioso que este incendio se produzca precisa­mente en el momento en que Menahem, nieto de Judas de Gamala, en hebreo “el Consolador”, está poniendo de nuevo a Judea a sangre y fuego.

También es curioso que Nerón, deseoso de contemplar un gran incendio para componer mejor un poema que celebrara el de Troya, se marchara a Antium en lugar de quedarse, si no en Roma, al menos bien cerca, en Ostia por ejemplo, para contemplar el espectáculo.

Es, en verdad, extraño que unos romanos, y el propio Nerón, tan supersticiosos, aceptaran cometer sacrilegios tales como la destrucción de los templos de los dioses, y sobre todo los de los más sagrados, ligados a la vida oculta de Roma.

De hecho, ¿quiénes eran esos que “en gran número, impedían apagarlo”? ¿Quiénes eran esos que “lanzaban abiertamente hachones, y gritaban que estaban autorizados a hacerlo, bien porque querían ejercer sus rapiñas con más facilidad, o bien porque efectivamente habían recibido órdenes”? Son “los de la casa de César”, es evidente.

Porque las medidas de asistencia adoptadas por Nerón no son las de un loco delirante, sino las de un genuino gobernante preocupado por el destino de su pueblo.

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Creo que hemos establecido varios puntos importantes e interesantes. Nerón NO fue el responsable del incendio; y al parecer los principales sospechosos eran los integrantes de una secta revoltosa de unos llamados “Cristianos”, cuyo líder y principal dirigente está “casualmente” en Roma… el cual es “amigo” de influyentes personajes del poder romano y todos interesados en derrocar, hacer fracasar o incluso asesinar al actual emperador…

En todo caso este “Dirigente” llamado Pablo es un probado mentiroso, manipulador, farsante, hechicero y mago; capaz de hacer “Casi” cualquier cosa para lograr sus objetivos: elevar su teología personal por encima de los paganos romanos…

Amigo lector… ¿De quien sospecharía usted?